Actualizada el Miércoles, 28 Agosto, 2013 14:12
   

 

EL EDÉN DE AL-ÁNDALUS

A  los patios de Córdoba 
                
                                  En los soleados rosales brillan los rojos capullos,
                                  aumentando la luminosidad de la mañana
                                  BEN-ZAYDUN

Como la hierba en la maceta, surgen
y mueren cada año,
rendidos por el clima de esta tierra.
Son el latir de una ciudad serena;
el paisaje sublime que habita en cada barrio.

Desde el zaguán se apunta la entrada al paraíso
y son los contadores de la luz,
preludio de otra luz que hay en el patio.
Los rostros generosos de los que son vecinos,
te invitan al palacio de cal y gitanillas.
Al fondo, la escalera se abre paso
dejando a los helechos,
en busca de otro habitad más alto.

Se besa una pareja sin pudor.
Parecen presagiar la boda de sus sueños,
sumidos en la lluvia de los pétalos,
que esperan recibir un día de este año.

Algunos de éstos patios
parecen hermanarse con el azul de Chauen,
o el barrio andalusí que hay en Rabat.
A veces la palmera
se erige en un oasis de geranios.
Aquí nace el jazmín, allí la esparraguera…

Hay petunias colgantes,
bajo un tejado, al abrigo del frio.
Llegado el crecimiento, inundan la maceta,
dejando solamente al descubierto,
las cadenas y el clavo.

Un gato se pasea entre las tejas.
En sus ojos parecen reflejarse
las cintas milagrosas,
surgidas del mantillo en cada Mayo.
Tras un tiesto se esconde la fiel salamanquesa,
que acude como siempre,
a la cita del mejor mes del año.

Una pilistra antigua,
con sus muy verdes y alargadas hojas,
ornamenta los pies,
de la anciana que está en la mecedora.
Me recuerda a mi abuela,
sentada abanicándose en el patio.

Reta la buganvilla en su trepar
por pérgolas y muros,
al resto del jardín que la rodea;
parece dialogante con el sol.
Tan sólo el rododendro, se atreve a hacerle frente,
a través de sus hojas alargadas,
y sus variadas flores;
dejando ver los estambres y anteras,
cuando ya la primavera ha llegado. 
En cambio, en el brocal del pozo enjalbegado,
se asientan con orgullo clavel y clavellina.

Un lebrillo labrado,
alberga una gerbera,
de múltiples corolas bi-labiadas:
amarillas, naranjas, blanca o rojas…
Se apiñan en el agua,
como un sagrado rito de ofrenda a los guijarros.
También, miramelindos
llamados “alegría de la casa”
por su eclosión constante en arco iris.
Su floración excita
el aire que sustenta el esplendor,
de toda la belleza que ha ganado.

Se aferra al arriate la begonia,
al resguardo del viento y las heladas.
La pila de lavar con su tabla ondulada,
ahora es sólo adorno y un flash para turistas.
Una gran marabunta de colores
fluctúa ebria
entre el suelo empedrado y las estrellas.
Resalta una lobelia azul violeta,
la hortensia blanca y rosa,
el ficus, la gloriosa, zarcillos de la reina…

Es el patio que tengo en el recuerdo…
Después cierro los ojos y veo sin querer,
el  cóleo de mi madre en la ventana.
Perdió la floración…
Más no marchita aún ni un ápice de espina,
aquel viejo rosal,
que sigue todavía aquí en mi casa.

De aquel antiguo patio derruido
en la calle de Enmedio
-tal vez número veinte o veintidós-
rescaté las macetas;
las compré por un duro cada una.
Ahora cuando paso,
contemplo en las ventanas, amarilis;
y en vez de los geranios, siemprevivas.
Por eso en el esqueje se procrea
la esencia de ésta Córdoba que muere y resucita.

(Córdoba, 15/8/ 2013)
Antonio Flores Herrera

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