Actualizada el Lunes, 9 Diciembre, 2013 13:59
   

 

En este día 8 de diciembre, de la Inmaculada, he escrito unas líneas recogiendo un momento crucial de mi vida: el momento en que yo le pedí a mi buen Dios que me llevara con El de una manera como más directa, que pudiera dedicar mi vida a vivir en su cercanía con la mayor dedicación posible. Una oración juvenil, sentida, sincera, sencilla, honda, verdadera. Tenía yo entonces 17 años. Esta oración cumple hoy 50 años. Y aquí estoy, con ustedes, mis amigos y amigas, en ese caminar de la vida.

Esto mismo: “Aquí estoy con ustedes 50 años después” se lo dije también a quienes participaban de la celebración religiosa, cristiana, de este día en la comunidad Nueva Esperanza, una comunidad campesina al sur de El Salvador, cerquita de la costa del Pacífico, por la desembocadura del río Lempa, en la que tengo mi casita y donde habito la mayor parte de la semana.

Y allí expresaba yo mi deseo de dedicar mi vida a alguien que se había presentado, se había cruzado, más bien, se había topado conmigo, no me había dejado seguir como venía. ¿Quién podrá resistir tu presencia, deslumbrante y amorosa, sin ser transformado? ¿Quién podrá seguir su vida sin cambiarla de rumbo tras ese encuentro vivo, insuperable, irresistible, contigo, nuestro Creador y dador de vida en cada instante? ¿Acaso el fuego llega a la leña y esta sigue siendo la misma que antes de llegar? ¿Acaso llueve y la tierra no se empapa de agua y modifica sus características? ¿Acaso el aire no mueve las hojas de los árboles y hasta las arranca y las voltea cuando sopla con fuerza? ¿Y qué podría hacer yo, pobrecilla partícula de este universo cuando el sol de tu presencia me inunda hasta los tuétanos, hasta el ADN, hasta la última neurona de mi cerebro?

En realidad, lo que yo celebro todos los años es mi llegada al convento dominico de Caleruega (Burgos), el 15 de octubre de 1964, día de la gran Teresa de Jesús, a las 4 de la tarde, tras el viaje en autobús desde la ciudad de mis padres. Llamé a su puerta, que abrió un hermano dedicado a la portería. Dos horas después comenzaba una especie de retiro para la toma de hábito y comienzo del noviciado diez días después. Y aquí sigo, como les decía antes, feliz y dispuesto a seguir mientras mis fuerzas biológicas y mentales lo permitan.

Con ocasión de este aniversario tan especial deseo comunicarles lo siguiente:

  1. Pido perdón a cuantos he molestado, dañado o dado mal ejemplo en estos 50 años de mi vida.

  2. Doy inmensas gracias a nuestro buen amigo Dios por darme esa vocación y poderla mantener viva. Soy muy feliz en medio de mis limitaciones. Comparto mi vida y mi fe cristiana con los pobres de esta tierra, con campesinas y campesinos que sufrieron mucho durante la guerra de hace 30 años y que hoy mantienen viva su esperanza en medio de muchas dificultades, y así participo, como mejor puedo, de la vida y misión de mis hermanos dominicos en Centroamérica, una región llena de injusticias y violencia, de vida y solidaridad mutua entre sus gentes.

  3. A quienes son creyentes en el Dios viviente, les pido rueguen por mí para que sea fiel a esta vocación hasta el término de mi vida aquí en la tierra, que la sepa disfrutar y compartir aunque mis fuerzas fisiológicas se agoten con los años, que mi servicio alegre y amoroso a Dios en los empobrecidos de estas tierras centroamericanas participe de esa luz para las naciones que el Niño Dios nos trae en estas fechas preparatorias de la Navidad. En resumen, que siga a Jesús de Nazaret cada día hasta el final de mi presencia en este planeta Tierra. A quienes tengan otras convicciones o sean agnósticos en cuestiones religiosas les agradezco su cercanía, su amistad  y su solidaridad militante con nosotros.

Vuestro amigo Angel Arnaiz Quintana

 

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