Actualizada el Lunes, 9 Diciembre, 2013 15:51
   

 

EL CAMINO (I)

                        Nos dirigimos hacia un descampado donde solían reunirse los jóvenes a hacer “botellón”. Era aproximadamente la una de la mañana de una noche de primeros de marzo. Atrás quedaban las últimas inundaciones sufridas por las zonas periféricas de Córdoba; si las riadas de primeros del año anterior habían  alcanzado cotas espantosas, éstas, de finales, le habían ido a la zaga por bien poco. Hacía sobre un  mes que la situación había comenzado a normalizarse, pero la tremenda humedad y las temperatura invernal, una por exceso y otra por defecto, no permitían el retorno inmediato a lo usual, demorándose el  enjugado del agua sobrante.



                        Íbamos en un coche patrulla nuevo, no más antiguo de tres meses, comprado para el servicio de policía; un “todocamino” muy cómodo,  lo que era de agradecer, que las horas y las noches de patrullaje se hacen pesarosas. En el llano no había más de cuarenta jóvenes, y alguno de ellos tenía ya el centro de gravedad oscilante. Bastantes en la fase de reparación social mundial, con tono de voz subido lo que suele coincidir con el exceso de alcohol. Mañana, por la mañana ya, los ímpetus se habrán adormecido, en relación inversa a la resaca con que se despierte cada cual, por la noche tendremos una nueva oportunidad para proseguir la compostura. En la explanada, otros dos policías asignados al servicio de vigilancia en aquel punto  observaban su derredor atentos, con la misión de evitar  situaciones problemáticas.

                       

                        Entramos en contacto con los que ya estaban. Me dirigí a los vigilantes y me saludaron, entablando una conversación de poco calado, referida a la escasa afluencia de personal al lugar de reunión para la “botellona”. No era nada extraordinario, la madrugada del viernes no era día fuerte. Vista la normalidad, inquirí a los que estaban allí de servicio continuo:
                        -¿Habéis “entrao” a mirar si el camino que lleva a la Granja del Estado está limpio de personal? Que no se nos metan ahí en la oscuridad que no controlamos. ¿Hay mucha actividad en el asentamiento rumano, tránsito de furgonetas que pudieran llevar cable “robado”?
                         Uno de los interpelados respondió:
                        -No, en el camino de la Granja no hemos “mirao”; no nos hemos movido todavía, porque ya sabes que si nos ausentamos, en dos minutos, se nos llena esto de coches y con las “burrás” nos pueden atropellar a alguien.. Las “furgonas”, en las tres horas que llevamos aquí,  no hemos visto a ninguna entrar ni salir y es que los vamos a desalojar en unos días, ya lo saben, así que se habrán marchado la mayoría por su cuenta.
                        -Bueno, no os preocupéis, -les dije- la noche está tranquila así que voy para allá y doy una vuelta, de paso me empapo de todo de una vez. Hasta luego.
                        -A sus órdenes, hasta luego-respondieron los otros.
                       
                        Retornamos a nuestro patrullero flamente y dije a mi compañero:
                        -Pedro, tira por el camino “pa” la Escuela de Agrónomos.


                      
                        Así se hizo y el vehículo comenzó la marcha muy lentamente, por aquella vía llena de chinarros. A cien metros le di un manotazo urgente en el brazo derecho:
                        -¡Espera coño, espera! ¿No has visto al pasar la cancela abierta de ese camino oscuro a la izquierda  un coche al final?
                        -No -respondió.
                        -Tira “patrás” que están chorizando ahí..
                        Retrocedió lentamente hasta la altura indicada y... efectivamente, allí había un vehículo mixto blanco que a duras penas podía vislumbrarse en la penumbra, situado junto a una caseta de lo que parecía ser un transformador de luz. Dos siluetas se recortaban, ocasionalmente, sobre el perfil del coche,  trasegando arriba y abajo.
                        -¡Hostias allí está! No me había dado cuenta. Pues quien sea está mangando..., ¡seguro! Si no a ver ¿qué coño hace ahí a estas horas sin luz ni “na”?-dijo Perico.
                        Repliqué:
                        -Apaga las luces, la luz del puente y tira “pa” trincarlos.
                       
                        Cuando ya estuvimos lo suficientemente cerca, después de una aproximación a tientas tan sigilosa como el coche y nuestra visión lo permitían, el conductor dio un acelerón brusco,  accionando los prioritarios acústicos y luminosos para intimidar a los presuntos ladrones ante la acometida policial, colocándose en las inmediaciones del otro vehículo. Saltamos cada uno por una puerta y desenvainamos la defensa, o espada láser como la llama Pedro,  del tahalí, corriendo decidida y enérgicamente hacia aquellos individuos. En ese momento, estaban junto a una torreta metálica, que, a su vez, se ubicaba al lado de la caseta del transformador, protegidas ambas por un mallazo cortado, lindante con el caminillo.



                        -¡Alto policía! -les chillamos a la par que entrábamos por la brecha abierta en el enmallado. 
                        Los dos se quedaron paralizados ante la sorpresiva arremetida policial, mirándonos estupefactos aunque no podían vernos bien, ya que estratégicamente  habíamos colocado el coche para deslumbrarlos con las luces.
                        -¿Qué hacéis aquí? ¿Qué tenéis en el coche? ¡Documentación!
                        A duras penas , con la cara lívida y sin saber adónde mirar con el encandilamiento contestaron con voz trémula:
                        -¡Por Dios, que no somos ladrones! Que somos operarios de una subcontrata que trabaja “pa” la empresa municipal de aguas. Esta caseta es del ayuntamiento, tiene bombas de agua y filtros de depuración y la corriente le llega desde la torreta, pero resulta que, como no han “podío” robar el “cableao” de suministro, han “cortao” la malla y se han “llevao” la toma a tierra que son siete metros de cobre. Nosotros hemos “venío” para comprobar el daño y que mañana arreglen esto; a la vez vamos a coser la malla “pa” que, por lo menos, si quieren entrar tengan que romperla otra vez.
                        -¿Y el coche?-pregunté- ¿Por qué no tiene “logo” de empresa ni marca que lo distinga?
                        -Es que lo ha “comprao” la sociedad recientemente y está esperando “pa” rotularlo, pero si quiere ahora le digo el nombre y lo comprueba.
                        Una vez hechas las verificaciones pertinentes, pregunté:
                        -¿Este camino que va paralelo al río lo habéis “mirao” ya? ¿Sabéis si hay alguien viviendo por ahí o amontonando chatarra? A ver si os roban el cobre y lo están almacenando ahí al “lao”.
                         -No, no hemos “entrao” “pallá” -negaron los otros.
                        -Vamos a mirarlo Pedro-incité.
                       
                        Este camino era más estrecho, como una senda, paralelo al que llevábamos primero y  a una distancia de unos setenta metros de aquél. A  a su vez también discurría paralelo alo Guadalquivir, a dos pasos de su margen derecha. El primer y segundo camino se unían por la  perpendicular que accedía a la caseta, formando entre los tres una especie de “H”.
                       
                        El todocamino emprendió su andadura y a poca distancia Perico me comentó:
                        -Juan, eso parece que está “mu” blando todavía por las inundaciones. A ver si nos vamos a quedar “atascaos” ahí.
                        -¡Que no hombre, que no! Está húmedo, pero ese piso está duro como un cuerno, aguanta de sobra el peso del coche. Tira “palante” y no corras que estamos a un par de metros del río, a ver si vamos a acabar en el agua.
                        Despacio, con toda la potencia iluminatoria encendida:luz larga, puente y proyectores frontales y laterales, el coche patrulla se dirigió adelante. Pedro hacía comentarios jocosos, diciendo que con toda la luz y parafernalia que llevábamos accionada, sólo faltaba que pusiese la radio del coche a todo trapo, para parecer una verbena. Recorrimos unos setecientos metros y al final, una zona inundada nos impidió llegar hasta los propios cimientos del recién construido puente de Ibn Firnas, que con su  silueta de gaviota se enorgullecía con altivez sobre un todavía rebelde Guadalquivir.
                       
                        -Vamos “patrás” que aquí la cosa ya está imposible-dije.


                       
                        Con mil apuros por la estrechez dimos media vuelta y volvimos sobre nuestros pasos. Durante el regreso, el todocamino comenzó a culear ostensiblemente, lo que motivó que yo le  preguntase a mi compañero el porqué de tanto vaivén. Dijo desconocer el origen, e inmediatamente acordamos que lo mejor era tratar de introducir los neumáticos por la rodada que se había producido durante la ida, tratando de evitar una pisada en falso de la rueda en alguna zona traicionera. No obstante las precauciones que tomamos, el bamboleo de la trasera iba incrementándose, hasta que llegó un momento en que el coche patrullero casi se nos atravesó y se fue peligrosamente al borde del río, logrando Perico enderezarlo milagrosamente mientras que yo aullaba:
                        -¡Para Pedro, para, que nos metemos en el río a las dos de la mañana!  Mete primera y vamos “mu” “mu” despacito,  que vaya susto que me has “metío”.
                        -¡Pues anda que yo! -acertó a decir tras unos segundos de reposo.
                        Muy obediente paró el coche, sacó segunda velocidad y metió primera. Al acelerar el  coche hizo:
                        -Sssshhhiiiiiihhhhssss.
                        -Ssshhhiiiiissshhhh. Sssshiiissshhhhh.
                        -Sssssssssssshhhhhhhhhiiiiiiiiisssssssshhhhhhhhhhh.
                        Y no se movió.
                        -¿Qué pasa?- pregunté.
                        -Pues que nos hemos “quedao” “pinchaos”.
                        -¿”Pinchaos”? ¿”Pinchaos” de “pinchaos” o “pinchaos” de hasta el corvejón de barro?.Si veníamos andando casi bien hasta el “atravesao” que has hecho. ¿Qué coño ha “pasao” Perico?
                        -Pues no sé, pero algo ha “debío” de pasar, porque ha “sío” pararnos y  a tomar porculo la tracción. Me voy a poner de barro hasta el culo, pero espera que me bajo y lo miro- se ofreció él. Ponte en el sitio del conductor y acelera cuando yo te diga, a ver si le empujo un poco... o lo que sea...o yo qué sé.
                       
                        Trabajosamente pasé de mi asiento al suyo, por sobre la palanca de cambio de velocidades y el resposabrazos que separa ambos puestos. Pertrechado con todo el atalaje propio del uniforme: grilletes, guantes anticorte... el tránsito resultó grotesco; sobre todo por la palanca de cambio que puñeteramente se interponía y que, al haber quedado en de punto muerto, tan pronto como se enganchaba en la entrepierna se apropiaba de mis movimientos, llevándome igual hacia la primera velocidad que a la marcha atrás. ¡Menos mal que sólo estábamos mi compañero y yo!.
                       
                        Fuera del coche la situación no era mucho más seria. Pedro trataba de evitar el mancharse demasiado el calzado con el barro, pero en lugar de andar de puntillas, lo que parecería lógico, deambulaba cómicamente con éstas levantadas, sobre los talones, y con los pies formando ángulo recto entre sí, a la vez que se agarraba al contorno del coche para evitar resbalar. Había dado un par de vueltas o tres al bajo de las perneras, dejando al aire los tobillos cubiertos con sus calcetines negros, y yo, que lo veía desde dentro, no sabía cuál de los dos resultaba más ridículo.

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