Actualizada el Domingo, 26 Abril, 2015 22:01
   
Etapas de una vida (1)

Memorias de Juan Manuel Pérez García O.P. (1956-1962), quien fuera el director de la Escuela de Capacitación Social (Colegio San Álvaro) hasta que la clausuraron (1962) a consecuencias de la Semana Social.

Escuela de Capacitación Social (Universidad Laboral de Córdoba (septiembre 1956-julio 1962)
           
En julio de 1956 terminaba yo el segundo año de Ciencias Sociales en la Universidad Laval de Québec (Canadá). Los dos primeros cursos eran comunes a las tres especialidades (Economía, Sociología y Relaciones Humanas) y terminaba con el título de Bachiller en Ciencias Sociales. Al final del cuarto año se obtenía el título de Maestría (equivalente licenciatura) en una de las tres especialidades. Yo no pasé de Bachiller en Ciencias Sociales.

Conmigo estaba el P. Miguel Fraile, que acababa de llegar de Washington, donde había terminado la teología. Se inscribió en la misma facultad que yo, pero no pudo asistir a ninguna clase, porque el provincial le ordenó regresar a España para asumir el cargo de rector de la Universidad Laboral “Onésimo Redondo” de Córdoba. Antes de entrar en la Orden había sido funcionario en el Ministerio del Trabajo con José Antonio Girón como ministro. Girón fue el creador de las universidades laborales y encomendó la dirección de la universidad de Córdoba a los dominicos con la condición de que el rector fuera Miguel Fraile. El P. Fraile me nombró director de la Escuela de Capacitación Social (colegio San Álvaro) adscrita a la universidad. Ante mi objeción de tener que dejar los estudios de ciencias sociales, me dijo que podía convalidar las asignaturas aprobadas y continuarlos en la Universidad Central de Madrid. Viajé en barco desde Québec hasta El Havre (Francia) y desde ahí en tren hasta Madrid.

La Universidad Laboral de Córdoba tenía dos especialidades: maestría industrial y bachillerato técnico. Los alumnos de ambas especialidades estaban divididos en dos secciones (colegios) atendiendo a la edad de los alumnos. Había un quinto colegio (San Álvaro de Córdoba): la Escuela de Capacitación Social para obreros. Cada año asistían tres o cuatro tandas de obreros durante mes y medio. La “enseñanza” que se les ofrecía no tenía carácter académico, sino se trataban temas de interés para el obrero: Legislación laboral de España, Funcionamiento de los tribunales de trabajo, Historia de España, Historia del Sindicalismo y charlas-diálogo sobre formación humana. Al final no se les daba ningún título, sino un simple diploma acreditativo de haber realizado el cursillo. Las universidades laborales fueron financiadas con los fondos de las Hermandades Obreras y se les ofrecía esos cursos de Capacitación Social como una especie de retribución o un premio en compensación por los fondos invertidos en las universidades laborales. Para ellos eran como a unas vacaciones pagadas. Los obreros de cada tanda pertenecían al mismo sindicato (a la misma profesión laboral) según la organización sindical de entonces: mineros, metalúrgicos, químicos, ceramistas,...

Yo no tenía ninguna experiencia ni había dónde informarse y tuve que inventarlo todo: horario de clases, tiempos de descanso, relación con los obreros, visitas a lugares históricos de Córdoba y Medina Azahara, bodegas de vino en Montilla, cortijos en la provincia de Córdoba, los molinos de aceite de Montoro, en algunas tandas hacíamos una gira turística a Granada o Sevilla. Se escogían las visitas que podían ser más interesantes para ellos, teniendo en cuenta su actividad laboral y les permitiera contrastar otros sistemas y condiciones de trabajo con el que ellos ejercían en sus lugares.

De regreso comentábamos los pareceres sobre la visita. Recuerdo el comentario que hicieron los mineros de Asturias sobre la visita a un cortijo, propiedad de la Duquesa de Alba. Los mineros se interesaron por el trabajo que desempeñaban los empleados del cortijo, el salario, las condiciones de la vivienda, sus derechos, etc. Y se extrañaban que fueran tan sumisos e incluso se manifestaran agradecidos a los dueños. Si nos obligasen o nosotros a trabajar en esas condiciones, de sol a sol, y con un sueldo tan bajo lo quemaríamos todo.



Había tres profesores contratados directamente por el Ministerio de Trabajo: Plutarco Marsá (registrador de la propiedad, profesor en la Universidad de Madrid y Letrado del Estado, con tres licenciaturas y un doctorado), explicaba  Legislación y Organización Laboral; el Sr. Puya (presidente del Tribunal del Trabajo en Córdoba) explicaba el Sistema Judicial en los conflictos entre los obreros y la empresa y el Sr. Zueras (pintor y profesor en el Liceo Séneca de Córdoba) les hablaba de la historia del arte. A los otros profesores tuve que elegirlos yo entre los frailes que trabajaban en la Universidad: el P. Azagra, director del colegio Luis de San Rafael, como profesor de Historia de España (el tema era demasiado amplio y árido para interesar a los obreros y los puntos desarrollados se limitaban a los periodos de cambio que configuraron la historia de la España actual); el P. Simón Pedro explicaba la historia y los distintos tipos de sindicalismo (empecé explicándolo yo, pero exponer el sistema del sindicalismo vertical del sistema político de España en aquel entonces, era un tema muy delicado por su implicación ideológica y política y preferí pasárselo a el); el P. Alberto Riera, vice-rector de la universidad, les hablaba de temas de ética y comportamiento humano. Yo tenía con ellos, por la noche antes de acostarnos, una charla-diálogo sobre temas de formación humana. Hacían muchas preguntas y resultaba muy interesante.

 Excluí expresamente del programa el tema de la religión. Me parecía que no era conveniente incluir la religión como materia obligatoria, porque los obreros tenían mala apreciación de temas religiosos y además podía predisponerlos contra la finalidad del cursillo. Al comunicarles el horario de las actividades de cada día, les decía que yo celebraba misa en la capilla (un aula habilitada para ello) todas las mañanas antes del desayuno, pero la asistencia a la misma no entraba en el programa y, en consecuencia, la era totalmente libre. Si uno quiere ir puede hacerlo, pero que nadie se sienta obligado.

Comentando el programa y el horario con los frailes de la comunidad, uno dijo que faltaba el tema religioso; que era una lástima desaprovechar esa oportunidad para hablarles de la fe y de los mandamientos de la ley de Dios, que de seguro les vendría bien. Yo argumentaba que el tema religioso vendrá cuando ellos lo pidan al ver nuestra presencia y forma de actuar. Él insistía en poner como obligatoria la asistencia a la misa diaria y el rezo del rosario por la tarde y amenazó con poner, él mismo, el aviso en el tablón de anuncios. Si lo pones, le dije, yo lo arranco delante de ellos.

En todas las tandas aparecían obreros que se confesaban creyentes y practicantes, pero la gran mayoría, dependiendo de la tanda, no diré que eran ateos, pero sí anticlericales. A la misa de la mañana iban muy pocos y posiblemente alguno iba por curiosidad más que por convencimiento. Todos los días hacía un breve comentario al evangelio tratando de que les dijera algo a ellos. Por la noche, antes de dormir, dedicaba un tiempo en su preparación y resumía en esquema las ideas principales de la homilía.

Recuerdo que, una vez,  pasé toda la noche preparando la homilía porque no veía cómo enfocar el problema. El tema era la frese del evangelio: “Al César lo que es del César  y a Dios lo que es de Dios”. ¿Qué es lo de Dios y qué es lo del César? ¿Por qué tenemos devolvérselo?

Yo convivía con ellos durante todo el día y dormía en una habitación individual al lado de los dormitorios comunes (de seis camas) donde dormían ellos; comía con ellos; jugaba con ellos al dominó, al tute, al billarín (terminé dominando el juego y siempre ganaba); organizaba partidos de fútbol entre los frailes y los obreros (les ganábamos con facilidad, pues eran mayores que nosotros y no tenían mucha práctica). Eso sí, había que cuidarse porque daban buenas patadas. En una de las tandas (sindicato de química) vinieron dos obreros que jugaban tan bien al dominó que, a la cuarta o quinta jugada, uno de ellos volteaba las fichas e iba indicando las jugadas siguientes: yo pongo ahora esta ficha, el siguiente pone tal y cuando llegue mi turno de nuevo coloco ésta y el juego está ganado.
Tú nos has visto las fichas, protestábamos. No, es la lógica del juego. Uno tiene en cuenta las fichas que van saliendo y quién las pone y uno termina dándose cuenta qué fichas le quedan a cada uno. Una vez nos combinamos el P. Benito Gangoiti y yo: si salgo por el tres, quiere decir que no tengo más, si coloco una ficha, significa que ése no es mi juego. Es decir, jugamos al revés. Y les ganamos. Ellos quedaron desconcertados. Ustedes no saben jugar; ponen las fichas al revés, comentaban. No sabemos jugar, pero hemos ganado.

Como tenía previsto, al final de la primera semana o antes de la semana, en la charla-diálogo de la noche surgía el tema religioso: ustedes frailes, curas, no hablan de religión. ¿Qué hacen aquí en la universidad? Y entonces era cuando mandaba al P. Riera, al P. Azagra u a otro, según fuera el cuestionamiento, para explicarles nuestra vida y nuestra manera de actuar. De este modo el tema religioso no lo tratábamos como un tema obligatorio, sino como un tema planteado por ellos y lo tratábamos en forma de diálogo, como una conversación espontánea. El comentario de uno de ellos me impactó: “yo hasta ahora creía que usaban la sotana o el hábito para tapar la podredumbre que hay dentro”.

Me hice muy amigo de algunos de los obreros que pasaron por la Escuela de Capacitación Social. Por poner un ejemplo, voy a mencionar la relación de amistad y confianza que tuve con Fernández Tuñón, minero, vecino de Felguera (Reinosa). Nos seguimos comunicando por carta y un verano, estando en Miño, fui a verle con el coche que Marsá me prestó durante las vacaciones.  Me contó que se había hecho amigo del cura de la parroquia y le decía cómo tenía que predicar para que la gente lo entendiera.

El “éxito religioso”, vamos a decir así, con los obreros se extendió por las otras universidades laborales. Un día vino el padre director de la universidad laboral de Sevilla interesado en conocer la clave de nuestro “éxito”. En concreto, me preguntó sobre la táctica que teníamos con los piadosos, cómo aprovechábamos a los que practicaban la religión. Ninguna, le dije. Precisamente los piadosos, calificados como beatos, son los que más dificultades nos crean. Tratamos a los obreros como personas; consideramos que la opción religiosa es asunto personal. Cuando perciben que los prejuicios que tienen contra la religión no coinciden con la realidad, buscan información y cambian fácilmente de parecer.

 
Etapas de una vida (2)

Para mantener las buenas relaciones con los obreros, que habían pasado por la universidad, comencé a publicar a ciclostil un boletín, titulado “Labor”, que enviábamos a todos los ex-alumnos. Yo hacía la presentación del número, una especie de breve editorial, y el resto del boletín era de ellos: testimonios, saludos, impresiones. Viendo que era bien aceptado quise transformar el boletín en la revista LABOR. Imprimí el primer número en la imprenta Calatrava de Salamanca, sin registro oficial y sin la censura previa y el director de la imprenta me advirtió que no podía seguir imprimiendo la revista sin tener el registro oficial y la censura previa. Sabiendo que no iba a pasar la censura, dejé de publicarla (1).

Surgen tensiones con  el “espíritu nacional”
. Todos los lunes, antes de comenzar las clases era un espectáculo ver a los cuatro colegios desfilando por los pasillos del patio central para izar las banderas: la de la universidad y la nacional. A final, tenían que responder a los gritos rituales: España ¡Una!, España, ¡Grande!, España, ¡Libre! Viva Franco. ¡Arriba España! (2). Los profesores de formación del Espíritu Nacional me exigían que los obreros desfilaran también o, por lo menos, que se cuadraran y se mantuvieran a pie firme cuando se izaban las banderas. Pero me opuse a ello, porque sería una farsa. La mayoría estaban inscritos a la UGT de forma clandestina, porque ese sindicato estaba proscrito. De todos modos, los obreros observaban con sumo interés el desfile. Aquellos niños y jóvenes eran hijos de obreros (podían ser sus hijos. Se dio el caso del padre y el hijo en la universidad) con todo pago: residencia, comida, lavado de ropa, estudios, viajes, y una profesión que les abriría un porvenir mucho mejor que lo tuvieron ellos. A parte del sentimiento de clase social, era realmente un espectáculo ver a aquellos muchachos desfilando al ritmo sonoro de los cantos típicos del frente de juventudes. Uno de los cantos, el que más gustaba a los mayores, era éste: “Sole, Sole, Sole ¡Cuánto me gusta tu nombre, Soledad!. Sole, Sole, Sole, también me gusta todo lo demás”. Las estrofas tenían letras un tanto picantes picantes.

Había un bar para los profesores, al que tenían acceso también los obreros. Y surgieron problemas y discusiones sobre temas políticos entre los profesores y los obreros de alguna de las tandas más politizadas. Recuerdo que los obreros de cerámica, procedentes principalmente de Valencia y Castellón, en la fiesta de San José, añorando las fallas valencianas, soltaron petardos buscapiés y hacían explotar otros pisándolos con la suela de los zapatos en el bar. Algunos profesores se indignaron y me pidieron que les llamara la atención por su falta de respeto a los profesores. Por la noche, en la charla-diálogo, tocamos el tema, les advertí que el bar no era una plaza pública y que muchos profesores estaban molestos. Quedamos de acuerdo.

Había tres profesores de Formación del Espíritu Nacional que daban clase en los cuatro colegios, pero esa materia no entraba en el programa de la Escuela de Capacitación Social. Viendo la falta de interés y después de oír en el bar algún comentario despectivo, terminaron considerando al colegio San Álvaro (así se llamaba la Escuela de Capacitación Social) como un foco de contestatarios del sistema político reinante en España, que, si no estaba fomentado abiertamente por la dirección y los profesores que daban clases a los obreros (habría que excluir al Sr. Puya), sí tolerado. Uno de ellos, el más fanático de los tres, me pidió dar una charla a los obreros sobre el régimen político y el sistema sindicalista de España. Le advertí que se limitara a exponer el sistema y la organización de los sindicatos de forma académica y no tratara de convencerlos, porque no todos estaban de acuerdo y así evitar una confrontación. Durante la charla justificó el régimen, el sindicalismo vertical, etc. como justo y lo más racional, porque, de otra forma, caeríamos en lo que está pasando en Rusia. Se levantó una mano pidiéndole que dejara a Rusia en paz y que se centrara en la realidad de España. Pero el profesor siguió en la misma línea justificando lo de España para no caer en la situación de Rusia. A cada afirmación del profesor se fueron levantando manos y más manos pidiendo intervenir; se elevaron las voces; todos hablaban al mismo tiempo y se formó un barullo. Yo di unas fuertes palmadas y di por finalizada la ponencia. Por lo que siguió después constaté que el profesor no me había perdonado por haberle quitado la palabra y no dejarle terminar su exposición.

Mi sospecha se confirmó en la tanda siguiente, formada por jóvenes del Frente de Juventudes. Vino a presentarlos el Jefe Nacional del Frente de Juventudes, Faustino Ramos, quien me dijo que teníamos que darles calificaciones, porque el curso servía para cubrir materias o asignaturas obligatorias en el programa de formación que tenía el Frente de Juventudes. Me pareció bien y se lo advertí a los profesores. Suspendieron un grupo bastante numeroso. Tuvimos una fuerte discusión con el profesor del Espíritu Nacional. A los obreros, me decía, no los suspenden y a los jóvenes sí. Yo le dije que a los obreros les dábamos un diploma de haber hecho el curso, porque las materias explicadas no eran parte de un programa académico; para ellos este curso no les servía para subir puestos en la jerarquía de la empresa.

Otro tropezón en las relaciones con los del Espíritu Nacional fue una ocurrencia mía muy desafortunada. Yo daba clase de matemáticas a los del bachillerato y, mientras escribía un ejercicio en la pizarra, oí cuchicheos entre los alumnos porque notaron que tenía un dedo mocho (el pulgar de la mano derecha). Dejé la tiza, les enseñé el dedo mocho y les expliqué como lo había perdido. Y terminé diciendo; como ven la falange es un cachondeo. Me imagino que mi desafortunada advertencia llegó a los oídos de los que nos vigilaban y se convencieron de que no estábamos de acuerdo con la política del régimen.

La semana social. En los sábados por la tarde, en tiempos libres, formé con los alumnos mayores, que lo desearan, un seminario sobre temas sociales. Tratábamos de la realidad de España; exponíamos criterios, analizábamos situaciones concretas. Ellos preguntaban y exponían sus criterios. Decidimos organizar una Semana Social hacia dentro de la universidad: alumnos, profesores y empleados y fijamos las fechas: del 25 de abril al 1º de Mayo, día internacional del trabajo (en España era el día de San José Obrero o, mejor dicho, de San José Artesano, porque algunos consideraba un insulto identificar a José, el padre legal de Jesús, como obrero). En las ponencias participarían profesores y alumnos.

Se celebró en el salón de cine. En la mesa presidencial se sentaron cuatro profesores y cuatro alumnos. Un micrófono inalámbrico andaba por el salón con el fin de que todos los asistentes pudieran intervenir en los comentarios posteriores a las ponencias. La asistencia fue masiva: unos 630.

Programa de la semana social

Día 25: 1) Presentación (P. Juan Manuel Pérez).

  1. La cuestión social y las Universidades Laborales (P. Alberto Riera, vice-rector).

Comentario a la sesión (3): “El coloquio comenzó con la pregunta que el P. Pérez hizo al P. Riera: ¿el profesorado tiene sentido social, del que tanto se habla, con respecto a los alumnos? Respuesta evasiva del P. Vice-Rector. También le preguntó si los programas oficiales estaban en consonancia con el fin de la universidad. Le contestó que en Madrid, los encargados de esto, no conocen el ambiente obrero, aunque intentaban aproximarse. Esta pregunta fue con segundas porque los cursos de Derecho Laboral y Organización Laboral, que imparte el Sr. Marsá, no están incluidos en el pensum de la universidad. Y, como consecuencia, el Sr. Marsá no figuraba como profesor”.

Día 26: 1) Espíritu y práctica de la legislación social (Sr. Plutarco Marsá).

  1. Problemas de la juventud actual (Rafael Gómez Recio, alumno)

Comentario: “La ponencia del Sr. Marsá, que habló con toda crudeza de las injusticias que existen en la legislación española del trabajo, lo hizo con tal punto de excitación que prácticamente hubo que bajarlo de la cátedra. Uno de los alumnos pidió una aclaración sobre la pregunta y la respuesta del día anterior sobre la relación entre profesores y alumnos. En ese momento los profesores se levantaron y abandonaron el anfiteatro. El P. Riera contestó que, por su parte, tenía esa conciencia social. Después se calentó de tal forma que hubo que quitarle el micrófono. Durante las clases del día siguiente, los comentarios de los profesores y de los padres eran que el Sr. Marsá había dicho la verdad, pero la forma de decirlo fue inadecuada”.

Día 27: 1) Movimiento obrero y doctrina de la iglesia (Alberto Revuelta, Vice-presidente
                 de la JOC).

  1. Inquietud social de la nueva generación (Rogelio Paredes, alumno)

Comentario:”La ponencia de Rogelio Paredes fue preparada por cuatro alumnos (yo entre ellos). Pedíamos que dejaran de machacarnos con el tema de la guerra, siempre narrada desde el mismo sitio; que no escuchemos lo que nos dicen nuestros mayores que nos cuentan de la guerra según les fue a ellos. Al final el Rector dijo: si esto sigue así puedo acabar con la semana social y con vosotros. Decís que conocéis mejor el problema obrero para poder hacerlo vuestro. Y eso lo decís vosotros, hijos de obreros. Tardé en reaccionar, porque el P. Pérez se me adelantó cerrando la sesión, porque el tiempo había concluido.

Día 28: 1) Movimiento obrero y movimiento nacional-sindicalista (Alfonso Barrada,  Profesor del Espíritu Nacional.
               2) Experiencia de seis cursos (Francisco Castillo, alumno).

Comentario:”Los ánimos estaban muy excitados, tanto por parte del profesorado como de los alumnos. Parece que nos olvidamos del objetivo de la semana social y la hemos utilizado como espacio para decir lo que desde hace tanto tiempo queríamos decir sobre los profesores (¿por miedo o como señal de contestación?). Hoy desertaron todos los de la presidencia. Quedamos el P. Pérez y un servidor. Sin embargo, abrimos la sesión. Al final no hubo diálogo. El P. Pérez comentó que la semana social había cogido derroteros que llevan a la confrontación. Parece que los ánimos se calmaron un poco.

Día 29: 1) Técnica y trabajo humano (Luis Belmonte, educador).

  1. Doctrina social de la iglesia (Teófilo París, alumno).

Día 30: 1) El sistema de asalariado y las reivindicaciones obreras (P. Juan Manuel Pérez).
 2) Emigración y emigrantes universitarios (Francisco de Asís Zapata, alumno).

Día 1º de mayo: 1) Concepto de universidad laboral y de universitario laboral (Enrique
     Ares Ares, alumno).

  1. Trascendencia social del cristianismo (P. Cándido Aniz, rector).
  2. Clausura y resumen (P. Juan Manuel Pérez).

Comentario: “El P. Rector, al final de su ponencia, reprochó duramente el comportamiento de los profesores y también recriminó a los alumnos, pero, según mi opinión, con menos dureza. Acto seguido clausuró la semana y anunció la del año que viene. No sé si hubo otra semana social, porque fui expulsado el 20 de mayo, antes de terminar el curso, por mis intervenciones en la semana”.

La semana social fue la gota que desbordó el vaso de tolerancia de los que explicaban la materia Formación del Espíritu Nacional hacia la Escuela de Capacitación Social y, muy en concreto, contra su director y el Sr. Marsá, quien fue expulsado. Como todos los fines de semana Marsá viajó a Madrid en tren dejando todos sus bártulos en Córdoba (Tuve que llevárselos yo después en su mismo coche, un SEAT 600, que  también había dejado en la universidad). La rectoría de la universidad, por su parte, expulsó a un grupo de alumnos que habían manifestado sus opiniones críticas durante la semana social y en los días posteriores.

El gobernador de Córdoba (José Solís y también Delegado Nacional de Sindicatos) nos acusó de quebrantar el orden público, siendo así que todos los actos se habían realizado dentro de la universidad (4) . Yo pedí una entrevista para aclarar el asunto, pero el P. Rector me dijo que ya estaba en la lista de los que iban a ser investigados. Nunca me llamaron. Me acusaban también de haber publicado un folleto contra Franco (quisiera leerlo para ver qué le decía). Cerraron para siempre la Escuela de Capacitación Social para obreros.

El P. Provincial, Aniceto Fernández, me comunicó que no podía escribir artículos en la prensa ni dar conferencias públicas. La medida no venía de él, sino que trasladaba la decisión del gobierno. Había un serio peligro de que quitaran a la Orden la dirección de la universidad, lo que significaría, por una parte, un desprestigio a nivel nacional y, por otra,  la pérdida de una fuente de ingresos, vitales en aquellos momentos, para mantener las casas de formación de la provincia: Virgen del Camino (León) donde, en régimen de internado, estudiaban los postulantes; el noviciado (Palencia), Filosofía (Instituto de Filosofía en Valladolid y Teología (Facultad Teológica de San Esteban en Salamanca). Entre todos pasaban de mil estudiantes.

Solís era de Cabra (Córdoba). Un comentario jocoso, que resultó una provocación: ¿Cómo se llaman los hijos de cabra? Cabritos. Eso cuando son pequeños, Y ¿cuando son grandes? Una carcajada. No. No se llaman como vosotros estáis pensando. Los hijos de Cabra son egabrenses


Etapas de una vida (3)

Mis dificultades en la universidad de Córdoba llegaron a oídos de D. Elías y me pidió que fuera a verlo a su residencia en Tineo. Me recomendó que fuera a hablar con el director del Hospital Militar de Córdoba, amigo suyo y camisa vieja como él, quien me sacaría de apuros. No fui a verlo, porque nunca me gustó que mi manera de actuar esté condicionada por las recomendaciones o influencias, favorables o desfavorables, de la autoridad.
 
En el mes de junio de ese año (1962) los picadores de las minas de carbón de Asturias hicieron huelga. Al no trabajar los picadores, toda la cadena de extracción del carbón quedó automáticamente paralizada. Nunca se supo de dónde venía el dinero (equivalente al sueldo) que los picadores recibían por debajo de la puerta, ni quién había organizado la huelga ni quién la dirigía. Por no tener a quien acusar me incluyeron en la lista de los promotores. La acusación la urdieron de la forma siguiente: Jesús estaba de vicario en la parroquia de El Entrego y, a petición de los obreros que habían pasado por Córdoba, me pidió que diera unas charlas en la iglesia parroquial en la Semana Santa. Pues bien, las charlas no eran la razón de mi presencia en El Entrego, sino el pretexto para organizar la huelga en colaboración con los obreros que habían pasado por la universidad. Y, de esta manera, Jesús también quedó implicado en el lío. Le llamaron del obispado para que se presentase inmediatamente, tal como estaba, porque lo buscaban para meterlo en la cárcel. Cuando se tranquilizó el asunto, el obispo lo trasladó como párroco a Villayón.

También anduvieron haciendo averiguaciones por Navelgas y los pueblos vecinos. Mamá y José se asustaron cuando unos policías secretos se presentaron en casa (ellos no sabían que eran policías). Llevaban memorizados todos los datos sobre la familia: número de hijos, por dónde andaba cado de ellos: una hija monja, uno en Canadá, otro fraile, un cura, dos estudiando: uno para dominico casi al final y otro para sacerdote. Mamá y José sospecharon que algo grave había ocurrido, pero los policías no les dijeron de qué se trataba. En sus indagaciones no encontraron ningún resquicio. Al contrario, todos tenían una opinión muy favorable hacia la casa la Torre. Eladio, ya difunto, era el delegado de la CEDA durante la República; tenía un hermano cura; su hermano, Claudio, estaba identificado con el régimen.

El paréntesis de Colombia. El provincial me preguntó si me gustaría ir a dar una misión popular a Colombia. La dirigía el P. Hellín, jesuita, y necesitaba muchos misioneros. Yo le dije que con mucho gusto. Me destinaron, junto con un compañero de curso, a “misionar” a los estudiantes de la Universidad Nacional en Medellín. A la entrada del salón donde dábamos las charlas colocamos un buzón para que los estudiantes pusieran sus preguntas y cuestionamientos. Un día abrí el buzón y encontré esta pregunta: ¿Por qué ustedes, los curas, a lo bueno lo llaman malo y a lo malo bueno? Leí la pregunta en voz alto y dije: No entiendo la pregunta, porque no tengo idea de cambiar el concepto de bondad o malicia de los actos humanos. Una estudiante me explicó el sentido de la pregunta: no fui yo quien escribió esa la pregunta, pero es clara. Ustedes llaman bueno al trabajo, la responsabilidad, el esfuerzo, etc. Es decir, es bueno lo que cuesta trabajo y exige esfuerzo. En cambio, consideran como malos: la diversión, la comodidad, el sexo, …  Y comencé la respuesta hablando de la distinción entre bienes absolutos y bienes relativos. Los bienes absolutos tienen consistencia en sí mismos (se llaman absolutos, porque no están atados a circunstancias o situaciones), mientras que los bienes relativos son buenos en cuento hacen referencia a otros fines. En charlas posteriores tuve presente esta consideración del estudiante de Medellín sobre el tema del bien y del mal, pues me pareció interesante.

De la universidad de Medellín pasamos a”misionar” a los soldados concentrados en el puesto militar de Barranca Bermeja, en plena selva. Ahí cogí la “chapetonada” (5) (infección de amebas). Tres días internado y a reponerme. Estando en esas, recibí una carta del P. Felipe Larrañeta, director del Colegio San Alberto de Universidad de Córdoba, en la que me decía que por la provincia de España se corría la voz de que me habían enviado a esa misión con la idea de que me quedaría allí. Aunque ya me había recuperado de la chapetonada, con el pretexto de las amebas, regresé a España. Me presenté al P. Provincial y le expliqué el motivo de mi regreso anticipado. No me recriminó. Le pregunté a dónde me iba a destinar. A Córdoba, me dijo. Te encargarás de la dirección espiritual de los alumnos del último año del bachillerato superior. Yo le comenté: me acusan de crear problemas como director de una escuela de obreros y ahora me dan la dirección de los espíritus jóvenes. Va a ser peor. De todos modos, acepté agradecido. Luego comprendí que el P Aniceto estuvo jugando al escondite con el gobierno. No quería que mi nueva asignación fuera considerada como un castigo, sino como un cambio ordinario debido a que la Escuela de Capacitación Social, que yo dirigía, había sido suprimida. Pero le pedí que me concediera 15 días para hacerme a la idea. Fui al convento de Escala Coeli (un viejo convento en la ladera de la serranía de Córdoba) y allí recé, medité, reflexioné. Hasta tuve tiempo para leer toda la Suma Teológica y la Suma contra Gentiles de santo Tomás. Tomé muchas notas (algunas las conservo todavía porque me iluminaron en aquella situación un tanto perpleja en que me encontraba). Salí más convencido de lo que estaba antes de que mi valoración de la realidad social de España y mi manera de actuar en aquellas circunstancias fueron coherentes.

La nevera de casa. A los misioneros de Colombia nos daban una pequeña mensualidad. Yo regresé con unas 600 pesetas (o quizás eran 700. No recuerdo) y pedí P. Provincial permiso para comprar una nevera como regalo para mi madre. Me lo concedió con todo gusto. Fue lo primera nevera que hubo en casa La Torre, que, por cierto, resultó muy buena y duró muchos años en servicio.

Rehabilitación en la provincia. Los hermanos dominicos (habría que sacar a algunos) de la Universidad Laboral me manifestaron su solidaridad eligiéndome delegado al capítulo provincial que tendría lugar en Caleruega (1963). De 43 votantes, 37 me votaron a mí. El primer día del capítulo, después de pasar lista a los capitulares, un padre preguntó: ¿y qué hace aquí el P. Juan Manuel? El que tenía que estar era el padre superior de la comunidad de Córdoba. Yo le mostré el certificado de la elección y no pasó a más. Salió elegido provincial el P. Segismundo Cascón, que me apreciaba mucho y como provincial buscó la manera de rehabilitarme ante los profesores de San Estaban de Salamanca. Uno de ellos, siempre que tenía oportunidad, enviaba saludos para el rojo. Era yo. Años después visité Salamanca y ese padre, que había sido mi profesor, no me reconoció. ¿Tú quién eres? Yo son Juan Manuel Pérez. Nada. Mira, le dije entonces, yo soy el “rojo” de la Universidad Laboral de Córdoba a quien siempre enviabas saludos. Ahora sí me identificó. Y se acabó la conversación. El P. Segis (así le llamábamos en plan familiar) consiguió que me admitieran como profesor de Ética Social, un cursillo extracurricular que se daba todos los años a los estudiantes de término. Me dijo que no fue fácil convencerlos, pero que terminaron aceptándome. Pero, me dijo, por favor, muérdete la lengua y no digas cosas que puedan aumentar tu mala fama. Preparé bien los temas, incluso les di unas notas-resumen. Curiosamente uno de los alumnos de aquel cursillo, a quien encontré en Costa Rica muchos años después, me dijo que aún conservaba los apuntes de aquel curso y que los había utilizado para dar charlas.

Un año de director espiritual. Durante un curso, el último año de mi estancia en la Universidad Laboral de Córdoba, ejercí como director espiritual en el colegio San Alberto, cuyo director era el P. Felipe Larrañeta (el que me había escrito a Colombia). Fue un año tranquilo, sin sobresaltos ni tensiones, que me sirvió para recuperar mi estado de ánimo. Todos los días, Larrañeta y yo, tomábamos un café a las 11 de la mañana. Era el momento de relax, como lo llamábamos. La función del director espiritual no estaba definida en los estatutos y tuve que imaginar mi tarea. Reduje mi actuación a una charla semanal de media hora sobre el sentimiento religioso; atendía a los alumnos que deseaban hacer alguna consulta y confesaba a los que lo pedían.
 
Etapas de una vida (y 4)

Encontré un caso que me hizo pensar. Uno de los muchachos, se apellidaba Abad, me confesó que él no tenía fe. Su familia era atea y él heredó el ateísmo. Era de los más sobresalientes del curso y sacaba nota máxima en la asignatura de religión. Me confesó que comulgaba en las misas de los domingos, cuya asistencia era obligatoria, porque estaba convencido de que ir a comulgar era uno de los factores que los profesores y la dirección del colegio tenían en cuenta a la hora de evaluar el comportamiento de los alumnos. Le dije que no siguiera comulgando; en esta universidad las prácticas religiosas no se tienen en cuenta para evaluar a los alumnos. En una reunión de profesores propuse quitar la calificación en la asignatura de religión (¿qué significa que un muchacho saque un 10 en religión cuando no tiene fe?). Y conseguimos que, en esa asignatura, se calificara al alumno solamente como apto o no-apto.

No se admiten chivatos. Hubo un robo en el colegio y el P. Larrañeta trató de averiguar quién era el ladrón. Incluso puso al que sabía quién había sido como cargo de conciencia la obligación de denunciarlo. Yo dije que no, que no se puede obligar a denunciar a un compañero. Es responsabilidad de la dirección descubrir quién fue. Pero como ya lo había dicho públicamente, decidimos tener un encuentro con todos los alumnos. Expusimos nuestro parecer sobre el asunto. Yo, en concreto, me basaba en la importancia que tiene la convivencia sincera, libre de acusitas o chivatos, en un internado, porque las acusaciones y denuncias rompen la armonía y crean desconfianza. Los alumnos también dieron su parecer. Prevaleció mi parecer y nos quedamos sin saber quién había sido el ladrón. Pero no hubo más.

Actividades al margen del trabajo en la Universidad Laboral.

1) Las relaciones entre los frailes que trabajábamos en la universidad estuvieron salpicadas por frecuentes tensiones. Los frailes pertenecían a las cuatro provincias de España: Provincia de España, Bética, Aragón  y Rosario. La Universidad estaba enclavada dentro de los límites de la provincia Bética, pero estaba confiada a la provincia de España. El hecho de ser nombrado rector el P. Fraile de la provincia de España era una razón poderosa para confiar su dirección a la provincia a la que pertenecía Fraile. Los provinciales llegaron a un acuerdo de colaborar con la provincia de España a fin de atender convenientemente las tareas que exigía la Universidad: profesorado, administración, educadores, etc. En total éramos 43 frailes. Pero los de la provincia Bética se consideraban marginados en una misión que les correspondía a ellos. La tensión interior venía provocada por un fraile consejero de la provincia que no estaba de acuerdo. Pero estas tensiones no repercutían en las buenas relaciones de los frailes de la Universidad. En general éramos jóvenes y estábamos contentos con el trabajo realizado y lo demás pasaba a un segundo plano.
Dentro de la comunidad había distintas opiniones políticas y criterios diferentes en cuanto al método y al contenido de la formación religiosa que deberíamos impartir. No sólo en la relación con los obreros (de que ya hablé) sino también en la educación de los jóvenes. La orientación la fijaba el director de cada colegio. A uno de ellos, le llamábamos el “divino fogonero” porque insistía en las prácticas religiosas de sus alumnos tratando de enfervorizarlos.
Todo esto se manifestaba en el comedor y, de manera especial, en la hora de recreación después de la comida compartiendo el café y una copa de coñac en la sala común. Un recuerdo curioso: yo era el encargado de la economía de los frailes (las compras la hacía fr. Benigno, buen cocinero, responsable). Compraba coñac Felipe II en garrafones (más barato y de igual calidad que el embotellado). Hubo protestas. Algunos encontraban ese coñac malo. Le dije a fr. Benigno que no presentara el coñac en el garrafón, sino que lo pusiera en botellas. Ahora sí; esto se puede tomar. ¡Qué diferente del coñac del garrafón! Yo comenté: mirad, es el mismo coñac que el de ayer, pero le dije a fr. Benigno que, antes de servirlo, lo trasvasara a la botella.
En 1962 comenzó el concilio Vaticano II y los informes de los temas y de la orientación de las propuestas dieron lugar a la manifestación del alcance de la religión de cada uno. A la muerte de Juan XXIII entre los papables aparecía Pablo VI. Opinión generalizada: ese no puede ser papa (era Secretario del Vaticano y se había atrevido a denunciar como un crimen la ejecución de terroristas en 1964). Cuando salió elegido quedaron en manifiesto sus opiniones y que el Espíritu Santo no opinaba como ellos.

2) Alumno libre en la Universidad Central de Madrid en la facultad de Economía, cuya sede estaba en la calle San Bernardo, estación del Tribunal del metro. Tuve problemas con la inscripción, porque al título de Bachiller en Ciencias Sociales de la Universidad de Québec no lo consideraban título universitario, sino un certificado de haber aprobado el nivel de segunda enseñanza. Consultaron y, al final, me convalidaron las materias aprobadas en Canadá.

 No es fácil presentarse a exámenes sin haber asistido a clase. Tenía el programa oficial, pero no conocía la línea del profesor. Encontré huesos duros como fue el profesor de religión (una de las tres marías). Era un canónico ya entrado en años. Parecía que estaba molesto o amargado por algo. El día del examen le dije que era sacerdote. Pero me dijo que, a pesar de haber estudiado la teología, tenía que examinarme. Discutimos. Le presenté  el certificado de Licencia en Teología, que por casualidad llevaba conmigo. Y, al final, me advirtió que no me iba a poner sobresaliente (tampoco se lo pedía), sino simplemente exento por convalidación (era lo que yo pretendía).

Recuerdos de algunos exámenes. El examen de Historia Económica de España con José Luis San Pedro era oral. Él, al verme con hábito, abrió el programa y anduvo hojeándolo hacia delante y hacia tras; me miró una o dos veces, cerró el programa y me preguntó: dígame su opinión sobre la desamortización de Mendizábal. Comencé diciendo que Mendizábal había hecho un gran favor a la iglesia. .- ¿Cómo? .- Pues sí, porque no es la misión de la iglesia acumular bienes; más bien son un estorbo que le impide cumplir su misión. Por otra parte, la llamada desamortización no fue tal; apartó las manos muertas de la iglesia y entregó sus propiedades en otras manos más muertas: condes, marqueses, terratenientes explotadores de los trabajadores, etc. Me puso 10 de nota.

Un año, durante el periodo de exámenes, paré con Mari-Carmen y José Xepa, recién casados, en una casa cerca de la estación del tren de Villalba, propiedad del esposo de Anita, hermana de Obdulia, tía de José. Aquel día tenía examen de Derecho Mercantil, cuyo texto era un grueso volumen con un suplemento (de Garrigues). En el tren hacia Madrid abrí el Suplemento y me llamó la atención el título de uno de los capítulos: Deslinde y amojonamiento de montes; le eché una mirada por arriba, y ése fue el tema del examen.

Un examen en blanco. Era el examen de matemáticas del primer año. Me habían dicho que las diferenciales, integrales, máximos y mínimos, cálculo infinitesimal no entraban en el examen de ese año, porque el profesor no los había explicado. Y fue precisamente la resolución de una integral lo que puso el profesor como examen. Me levanté y le entregué el papel en blanco. Le expliqué el caso. ¿Por qué no intenta hacer algo?, me preguntó muy amable. Le dije que sería perder el tiempo. En vez de suspenso, me puso “no-presentado”.

En otro examen (Historia de las Ideas Políticas, o algo así). Una sola pregunta: ¿Rusia está en Europa? Expliquen. El muchacho, sentado a mi derecha, andaba despistado y me pidió que le diera alguna idea. Le dije que no se trataba de fronteras geográficas. La pregunta se refiere a las tensiones permanentes sobre hegemonía político-militar, cultura, comercio, acuerdos y conflictos diplomáticos, etc. entre Rusia y los países de Europa occidental a lo largo de la historia. Recordando este examen, utilicé el mismo sistema de preguntas para los exámenes finales en la Universidad “Madre y Maestra” de Santiago (República Dominicana). Los exámenes finales no tienen como objetivo repetir de memoria lo explicado en clase, sino saber si lo explicado en clase capacitó a los alumnos para pensar por su cuenta.

Y así, poco a poco, fui aprobando materias. Me quedaron algunas del 4º curso y casi todas las de 5º. Desistí de terminar la carrera de economía, cuando me eligieron (julio de 1963) prior del convento de Vergara, cargo que llevaba anexa la dirección del Instituto de Bachillerato Laboral San José Obrero.

3) Monasterio del Corpus Christi. María, mi hermana, estaba en Córdoba, en el monasterio del Corpus Christi. Los frailes de la Universidad nos encargamos de la capellanía. Cuando no tenía obreros en la Escuela de Capacitación, iba a decirles la misa por la mañana. Y de forma sistemática, todos los sábados les daba una charla. Yo hablaba por micrófono en el locutorio (solamente estaba presente María). El resto de las monjas oían mi exposición por altavoz, cada una en su tarea en otras dependencias: costura, lavado, planchado. Les ensayé las completas cantadas del oficio dominicano. Antes de morir María me recordó este detalle y me dijo que seguían cantándolas como yo les enseñé. Andaban apuradas en cuento al dinero. Yo les ofrecí el lavado de la ropa blanca de la universidad. La Universidad les montó las máquinas lavadores y secadoras. Y les fue bien, pero era un trabajo demasiado pesado y a los dos o tres años desistieron. En ese contacto con las monjas de monasterio del Corpus nació un afecto recíproco. Las monjas también me llamaban el “hermanín” como me llamaba María.

Di una conferencia en el Centro de los Ganaderos de Córdoba. Les hablé de la empresa como comunidad o asociación de personas con distintas funciones y retribuciones, y, en consecuencia, las relaciones interpersonales no podían basarse en el concepto de patrón, jefes de sección y subordinados, simples ejecutores de órdenes. Al final quedamos en seguir tratando el tema, pero no me invitaron más veces.

4) Misiones populares. Acompañando al P. Riera di charlas a distintas cofradías en algunas villas de la provincia. Recuerdo: Montilla, Villafranca de Córdoba, Alcolea y El Carpio. Y, un año acompañando a los alumnos de Galicia, di una misión popular en Ortigueira, un pueblo de pescadores cerca de Ferrol del Caudillo como se decía entonces. Estando ahí comencé a usar rasuradoras desechables (Gillette) y saboreé los ricos platos de pescados y de mariscos. En estas misiones populares, que yo sepa, no hubo reacciones negativas a mi predicación.

Evaluación de los años en la Universidad Laboral de Córdoba. Mi actuación en la universidad durante los seis primeros años, como director de la Escuela de Capacitación Social fue considerada como un verdadero fiasco por las autoridades de Madrid, que tenían relación con las universidades laborales. En consecuencia, cerraron la Escuela de Capacitación Social; expulsaron al Sr. Marsá y a un grupo de alumnos; me prohibieron escribir y dar charlas en público. Por otra parte, puse en peligro que la Orden continuara al frente de la dirección de la universidad y, en ciertos sectores de la provincia, quedé con mala nota, calificado de “rojo”.

Los ex alumnos de la Universidad de Córdoba publican una revista (Spira) y se reúnen periódicamente para revivir aquellos años de formación en Córdoba, porque se sienten animados por los mismos sentimientos. Uno de ellos manifiesta su opinión sobre los dominicos, que dirigían la Universidad, diciendo que tenían una sensibilidad social muy pronunciada y en oculta oposición a la dictadura de aquella época.

Personalmente, sin embargo, considero aquellos años como un verdadero noviciado donde aprendí a caminar por la vida como dominico ejerciendo distintas funciones y encargos. Un noviciado basado en la experiencia y no en la teoría.

En contacto con los obreros comprendí la situación real del mundo del trabajo. De ellos aprendí que el trabajo es una actividad ejercida por una persona humana y no un factor de producción, que se paga según la ley de la oferta y la demanda, como si se tratara de una materia prima; aprendí que la empresa no entra en la categoría de negocio, un medio para ganar beneficios los directivos y los accionistas, sino una asociación de personas con distintas funciones; admiré el profundo sentido de la justicia que les animaba y comprendí su rechazo radical de la organización sindical impuesta desde arriba sin posibilidad de contratación colectiva, pues los salarios y las condiciones del trabajo estaban reguladas por reglamentaciones del Ministerio del Trabajo. No me extrañó que la inmensa mayoría de los mineros (en menos proporción en otras ramas sindicales) estuvieran afiliados a la UGT y la extendían clandestinamente.

A propósito de la falta de representatividad de los sindicatos, me contaron el resultado de unas elecciones sindicales. En uno de los pozos de carbón de Asturias salió elegida delegada al comité de empresa Marilyn Monroe y en otro la mula Francis (protagonista de una película), la mula que tiraba de las vagonetas cargadas de carbón desde el tajo hasta la boca de la mina.

En esos seis primeros años en la universidad aprendí a tratar a las personas como gente y no como súbditos o subordinados y, por propia experiencia, aprendí que hay temas que no se pueden tocar sin crear conflicto y también que hay temas que no se pueden soslayar sin hacerse cómplices de la injusticia. En uno y otro caso lo importante es saber cómo y cuándo plantear esos problemas. 

A nivel de la Orden, sentí en vivo la amistad y la solidaridad de los compañeros (y también que hay excepciones). Y puedo ser testigo de la bondad y buen juicio de los superiores.

Mi estancia en la Universidad Laboral de Córdoba constituye una de las etapas en las que encontré plena y profunda satisfacción en el desempeño de una tarea. Pienso que, de alguna manera, la experiencia en la Universidad Laboral de Córdoba me marcó el camino a seguir en los años posteriores.

Diciembre de 2013


 

(1) Cuando me fui a República Dominicana perdí toda la documentación que conservaba sobre la Escuela de Promoción Social. No conservo ni un ejemplar de  LABOR. Estoy escribiendo basado en los recuerdos que conservo en el disco duro de la memoria.

(2) Interpretación: UNA, porque, si hubiera dos, todos iríamos para la otra. GRANDE, porque cabemos españoles y americanos (por lo de las bases militares americanas). LIBRE, porque podemos poner 1 X 2 en las quinielas.

(3) Estos comentarios son notas tomadas por Guillermo Palma, uno de los alumnos que presidían la mesa de la presidencia.

(4) Solís era de Cabra (Córdoba). Un comentario jocoso, que resultó una provocación: ¿Cómo se llaman los hijos de cabra? Cabritos. Eso cuando son pequeños, Y ¿cuando son grandes? Una carcajada. No. No se llaman como vosotros estáis pensando. Los hijos de Cabra son egabrenses

(5) En Colombia llaman “chapetón” al emigrante español recién llegado. Sin defensas cogen fácilmente la infección de las amebas (chapetonada). Como me pasó a mí: disentería, fiebre, deshidratación, etc. No es mortal, pero desgasta mucho.

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